La Cuba soñada

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Maité Rodríguez

Cada cubano tiene su propia visión del futuro de Cuba, cada uno lleva dentro sus sueños y deseos para ese día largamente esperado en que volvamos a respirar libres, a vivir sin temores, sin hambre y con la familia reunida, para almorzar los domingos en casa de nuestros padres, como solía hacer la gran mayoría hasta 1959.

Hoy, ese simple ritual del abrazo dominical, de compartir una cerveza o saborear un arroz con pollo de la abuela o los tamales caseros, por ejemplo, son un verdadero desafío, una utopía a la altura de los tiempos que vive la Isla. Y no solo porque en la Cuba del 2024 poner una comida decente en la mesa sea un lujo inalcanzable con el salario mensual de cualquier persona. Mucho mas complicado y casi imposible, resulta reunir a esa familia atomizada, dividida, en la que hijos, nietos, padres y hasta abuelos han vendido la casa familiar, los muebles y cuanto han podido para arriesgar sus vidas en el mar o en la también peligrosa travesía centroamericana, o en el mejor de los casos, han conseguido una visa hacia cualquier lugar que los aleje de la miseria cotidiana y los acerque a la ilusión de o m una vida digna, sin importar el destino geográfico.

Según el diario El País y los datos recopilados por el economista y demógrafo cubano Juan Carlos Albizu-Campos, entre 2022 y 2023 la población de la isla cayó un 18 %. Refiere el diario que desde hace casi tres años «Cuba es escenario de la mayor oleada migratoria de su historia»… y añade que hoy viven en la isla 8,62 millones de cubanos, cuando hace apenas 3 años y medio el censo era de 11,11 millones de personas. Abandonar la pecera es ahora el sueño recurrente de millones de compatriotas, aún cuando dejemos atrás un país lleno de viejos solos, de hijos con padres en cualquier orilla y de familias rotas que no saben cuándo ni cómo volverán a reunirse.

Fuimos una nación que a lo largo de su historia se caracterizó por recibir inmigrantes de diferentes países, una isla a la que llegaban hombres y mujeres en busca de mejor fortuna y oportunidades de negocios y donde se mezclaron, en nexos familiares, cubanos con españoles, italianos, franceses, chinos, judíos, haitianos y gente de cualquier parte del mundo. El cubano prefería vivir en suelo patrio, prefería darle espacio al que llegaba y hacerle un hueco en su dinámica social al que venía de afuera que irse de su tierra para forjarse un futuro. Permanecer en Cuba, trabajar al lado de su familia, aferrarse a su identidad y vivir en la isla era tan importante, tan vital y propicio a sus intereses que emigrar no fue nunca el proyecto personal o social que nos definiera como pueblo.

Hoy Cuba es un país de emigrantes, el éxodo imparable al que la Revolución castrista ha convertido a nuestra Isla en un lugar ajeno, triste, apagado, miserable, del que la gran mayoría prefiere huir al precio que sea necesario. El deterioro económico ha tocado fondo y la dictadura ya no sabe que experimento monetario o productivo aplicar para salir del fracaso. Hoy los servicios sociales como salud y educación que fueron la bandera insignia del régimen atraviesan la peor crisis de la historia y la garantía de fuerzas productivas o reemplazo generacional ha sido anulada por la estampida migratoria a la que ha sido forzada la población cubana.

Tres décadas atrás andar las calles de cualquier barrio de Cuba podía ser para el visitante extranjero una postal colorida matizada por la jovialidad del cubano, por la cotidiana y bulliciosa presencia de la gente en las calles… hoy asomarse a esos mismos lugares deja en uno el corazón apretado de tristeza; poblados fantasmas llenos de casas muy deterioradas, vacías o en venta, donde la gente mayor se ha quedado sola en barrios que han perdido las aceras y los parques y en la que las esquinas están invadidas por basureros improvisados y donde la gente borró de su menú diario las tres comidas del día y de sus corazones la alegría y la seguridad que da vivir con la familia.

En esa Cuba soñada que yo llevo dentro no hay espacio para la represión o la tortura por pensar diferente a lo que el gobierno dicte, no hay lugar para el destierro, ni la violencia social que se ha instaurado en la sociedad cubana; en esa Isla futura las madres no tendrán que levantarse con la cabeza llena de preocupaciones por no saber que comerán sus hijos.

En ese país al que aspiramos todos, titulares como estos no deberían formar parte de la realidad…

Es simple: luego de 65 años de fracasos, de mentiras, de vivir secuestrados por nuestros supuestos salvadores ya es hora de que tengamos todos esa Cuba soñada que, además, legítimamente nos merecemos.

NOTA. las citas en azul han sido tomadas de la publicación digital CIBERCUBA

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