La ternura de su personalidad
por Ernesto Díaz Rodríguez
Enero 17, 2025

Hoy es 2 de noviembre, fecha tradicional cuando en Cuba y varios otros países se celebra el día de aquellos que ya no están físicamente entre nosotros, pero eso no hace que cese nuestro cariño, porque aún viven y siempre vivirán en nuestros corazones. Son muchos a quienes aprendimos a querer sin limitaciones ni dobleces, sin falsa hipocresía. Entre ellos, de manera especial hoy recuerdo a un gran amigo, que luchó con todas sus fuerzas por un mundo mejor, de comprensión y de paz, de amor y de respeto; que amó a Cuba y por su libertad se sacrificó, sin dar tregua. Me refiero a Jorge Valls Arango.
Es difícil definir cuál de las muchas virtudes que conformaban la personalidad de Jorge Valls han dejado la huella más profunda en la conciencia de quienes a través de los años aprendimos a admirarlo y a quererlo. Si tuviera que hacerlo, escogería dos de ellas: su humildad y su extraordinario sentimiento de compasión, inclusive con aquellos a quienes durante más de 20 años le empozaron sus posibilidades de vivir en libertad y ataron con gruesas cadenas sus sueños de servir a todos cuantos necesitaran de sus nobles servicios de humanista.
Conocí a Jorge Valls Arango en las trincheras del presidio político de Cuba. Verdaderas trincheras de combate, porque a pesar de las rejas y las ensañadas represalias era ese el lugar donde con más fervor y más empinada dignidad se defendía el derecho de todos los cubanos a vivir en libertad. E impusimos nuestra decisión de mantenernos firmes, a la altura de las circunstancias, más allá de toda adversidad, más allá de las limitaciones que irónicamente nos había impuesto el destino. Y fue Jorge uno de los que siempre estuvieron en la primera fila, a la hora del sacrificio, sereno, sin alardes, escribiendo páginas de gloria para que hoy al recordarlo, y siempre, lo hagamos con orgullo y con la admiración que él supo merecer por sus acciones de hidalguía como parte integral del presidio político cubano.
Y al evocar el recuerdo y las nobles acciones de este hombre valeroso, no puedo dejar de compartir el pensamiento de orgullo y la gratitud que, de igual forma, me hacen sentir el resto de los héroes que integraron las filas de los invencibles prisioneros políticos, hombres que al igual que nuestro entrañable amigo Jorge, con idéntica mezcla de humildad y coraje marcharon sobre los braceros del presidio político cubano y escribieron con amor y valentía ese eslabón de historia, probablemente irrepetible, en la lucha por la libertad de los pueblos de América Latina oprimidos por tiranos desposeídos de toda conciencia humana.
Ojalá hubiesen sido muchos, muchos más los que se rebelaron contra ese sistema de maldad e injusticias. Los que integraron esa fuerza arrolladora de valientes, puestos de pie sobre las verdes llagas de la impotencia, golpeando con los acerados puños del derecho, de la dignidad y la razón sobre el envilecido rostro de la tiranía. Pero lamentablemente no ocurrió así. Tal vez porque a la inmensa mayoría les faltó la decisión para el inevitable enfrentamiento. O porque no fueron capaces de entender que lo único que nos quedaba por perder eran las míseras cadenas de la esclavitud que nos habían sido impuestas. Ojalá hubiesen sido muchos, muchos más, repito, pero no fue así, quizás para tener la oportunidad de hacer buenas las sabias palabras de Martí, el apóstol de nuestra independencia, quien señalara oportunamente:
“Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos hombres son sagrados”.
Nunca antes en nuestro país un puñado de hombres, en condiciones tan difíciles, ha llevado a cabo un esfuerzo tan supremo por rescatar la ultrajada dignidad de aquellos que aceptaron mansamente soportar sobre sus gargantas el peso de la bota envilecida. Ante ellos me inclino humildemente, porque fueron ellos quienes con su ejemplo me enseñaron a vivir en libertad dentro de un bosque de rejas. Libres, mucho más libres que los que intentaban imponer al filo de la bayoneta el cumplimiento de leyes humillantes e injustas. Libres sí, mucho más libres que nuestros carceleros.
Pero la lucha continúa. Nos estimula y recompensa saber que hay en la actualidad dentro de la oposición figuras valerosas que sin importarles sacrificios ni el elevado precio que impone el ejercicio del derecho a ser libre, en desafío a la maquinaria represiva de la tiranía han decidido escribir historia y se rebelan en las calles de Cuba con fuerza de gigantes. Son ellos los pinos nuevos del presente. Las nuevas semillas que germinan y crecen y se multiplican y se hacen más fuerte cada día, lo que nos asegura que Cuba será libre, que estamos en el umbral de la batalla decisiva por esa libertad por la que tanto hemos luchado.
Y será ese, junto a la fecha cuando en nuestro país ondeó por primera vez en el mástil de la independencia la bandera del triángulo rojo y la estrella solitaria, el evento de mayor trascendencia en la historia de nuestra nación. Y será la ocasión cuando estaremos al fin ofreciendo, junto a todos los que al igual que él ofrendaron lo mejor de sus vidas a esta noble causa de la libertad de Cuba, el más grande homenaje al poeta y escritor, al filósofo de acento refinado a quien en el día de hoy, en merecido acto de recordación, su recia personalidad me inspira a rendirle homenaje a ese Jorge de vivaz transparencia, a veces polémico en su cáscara externa (probablemente tan sólo por divertirse a sí mismo), pero apacible y dulce en la intimidad de las fibras de su alma. Fue él uno de esos hombres que a su paso fugaz por la vida dejan imborrables recuerdos. Iluminado por ese Dios al que tanto amó y en recompensa le dio fuerzas y vitalizó su espíritu. No fue su irreverente actitud de rebeldía tímida antorcha que se apaga en la sombra, sino inagotable manantial, faro de luz incandescente el legado de este amigo fiel, al que nunca dejaremos de amar y mantener la vigencia de sus nobles acciones retoñando, como el trigo bueno, en el surco de nuestros corazones.
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